Al son que sube el mercurio
y se encapricha en la noche,
España vive un derroche
de devoción patronal
que, entre brisas de la infancia,
nos transporta en la fragancia
más rancia del santoral.
Poco hay tan veraniego
que ese mosaico en escena
del paso, el guiri, la arena
en las chanclas del viandante,
y un buen rosario de hermanos
que mantienen el marchamo
de tradición y talante.
Aquí brilla… Santa Ana:
una fiesta de raíz
apegada a la matriz
de un pueblo, hijo de Ella,
y que mantiene en la luz
a un rinconcito andaluz
bendecido por Su huella.