(Mc. 12, 28-34) Me cuentan que han enterrado en Tanger la vida de criaturas que venían a la Europa rica a ganarse el pan. Ni la tradición cristiana de nuestro pueblo, ni el progresismo de nuestro gobierno fueron suficientes para evitar su muerte. Se esperaba una orden para ver dónde se depositaban lo que iban siendo cada vez más cadáveres.
No es suficiente amar a Dios y ser religioso. Los hombres religiosos, manipulando el nombre de Dios, lo ponemos al servicio de nuestro poder, de nuestro dinero, de la propia vanagloria. Hay que amar a Dios sobre todas las cosas. No es suficiente con amar al prójimo. Medimos el amor, tantas veces, con la vara de nuestra cobardía; y justificamos hasta el asesinato por negligencia. Hay que amar al prójimo portándonos con él como querríamos que se portaran con nosotros.
Para vivir en paz –nada más y nada menos–, no te bastará con amar a Dios olvidándote de las personas a quien Él ha creado. De nada servirá, tampoco, que quieras amar a la humanidad sin la fuerza espiritual necesaria para realizarlo. Para amar a los hombres, encuentra en Dios el manantial fresco donde saciarte de vida; y poder continuar el camino sembrando la bondad que eres en cada gesto, de ayuda o de rabia. Enterrar a los muertos es un gesto de misericordia, enterrar vida es una infamia.