Trabajo y capital

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(Juan 15, 9-17) Desde hace más de un siglo, y ante la situación de la clase obrera a finales del XIX, la Iglesia sintió la necesidad de formular un principio moral ineludible de toda política económica: la prioridad del trabajo sobre el capital.

La actividad política, empresarial y personal de los cristianos debe orientarse a ese principio que busca poner al alcance de todos los bienes que Dios ha creado para todos. Todo político cristiano, cualquiera con sensibilidad humana, ha de buscar que la creación de riqueza revierta sobre los trabajadores y que la acumulación de dinero en unas pocas manos no se convierta, ni un fin en sí mismo, ni una rémora para la vida de las familias. Toda política en connivencia con la especulación financiera se aleja de este criterio ético fundamental.

 

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Todo cristiano que emprenda una actividad económica ha de tener como horizonte moral la creación de puestos de trabajo, con los que las familias puedan vivir con dignidad. La vida de los trabajadores y trabajadoras y sus familias no es una variable más, una mercancía más de las que entran en los cálculos macroeconómicos.

El trabajo es más importante que el capital, y la vida más importante que el trabajo. También hemos contemplado como muchas familias obreras han hipotecado su vida por ponerla en el lujo y el derroche. También entre los pobres hemos de apreciar más los valores personales y familiares, que el consumismo y la vida de derroche con la que tanto nos están manipulando.

Si el amor cristiano no llega a la economía se transforma en hipocresía, en perfecta coartada de una injusticia, que acaba perjudicándonos a todos.
 

 

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