(Juan 20, 19-31) Decía uno de los Santos Padres de la Iglesia primitiva que el lugar de la comunidad cristiana está en las llagas de Cristo. Hacía referencia al texto del evangelio del próximo domingo, en el que uno de los doce, Tomás, permanecía incrédulo ante el testimonio de la resurrección que el resto le ofrecía; “si no meto mis dedos en las llagas de los clavos, no creeré” –decía. Tuvo que experimentar, también él, la presencia del resucitado para creer. Y la experimentó de una forma radicalmente personal. “Mete tu mano en mi costado y no seas incrédulo sino creyente”, le dice Jesús para que se cercione de que era él, el que habían crucificado, el que estaba vivo y era fuente de vida.
El lugar de la Iglesia está en las llagas de Cristo. Es ahí donde vemos la entrega radical de Jesucristo por amor. Ahí es donde nuestra fe nos compromete a optar por la justicia y los valores del reino. En la experiencia de sufrimiento es donde nuestra fe se pone a prueba, se acrisola, y gana en “quilates” y en verdad.
Cristo sigue llagado y sufriendo en los enfermos y sus familiares; con ellos está, acompañando y animando, la Iglesia de Dos Hermanas. En los encarcelados y en las personas sin hogar; a ellos se acerca, cada semana, la Iglesia de Dos Hermanas. En los abuelos de las residencias, en las familias que pasan serios apuros económicos, en los niños de los barrios marginales; a ellos ayuda, en lo que puede, la Iglesia de Dos Hermanas.
Quizás no sea la Iglesia, Pueblo de Dios que camina en la historia, la que está lejos de los pobres. Quizás seas tú el que estás lejos de las llagas de Cristo en la historia, y, por eso, sientes a Jesucristo lejos de tu vida.