(Marcos 1, 12-13)—¿Por qué quieres que vaya al desierto?, ¿por qué quieres que esté allí cuarenta días sin ver a nadie, sin tomar alimento, viviendo como un muerto en vida? ¿Qué voy a sacar de ese esfuerzo si yo ya sé que la voluntad del Padre es dar vida en abundancia a los más pobres, que sea signo real de su amor a todos los hombres?
—El desierto es un instrumento. En sí no es nada. El Padre no quiere tu hambre, ni tu angustia, ni ponerte a prueba a ti. El desierto es para que experimentes que en la vida la verdad se juega en todo o nada. O estás dispuesto a amar sin límites, sin medida, sin frenos, si cortapisas, entregándote enteramente o no amas en absoluto.
—Eso ya lo sé; eso ya lo estoy viviendo.
—Una pequeña cobardía anula la tarea que emprendiste con valentía. Un pequeño egoísmo, hace que no disfrutes del amor que quieres vivir. Una pequeña desconfianza no te permite vivir el océano de paz que hay en tu corazón. Ni te imaginas cuántos ideales se han frustrado por faltar en una situación a la humildad, a la autocrítica, a la generosidad, a la valentía. Aquella incoherencia fue haciendo una sombra más y más grande hasta que acabó con el ideal entero. Cuántos sacerdotes se convirtieron en funcionarios de lo sagrado… Cuántos políticos cayeron en connivencia con la injusticia… Cuántos matrimonios en rutina soñolienta… Cuántos hombres y mujeres en sombra de lo que pudieron ser… No fueron sus pecados, sino sus deseos.
–Iré al desierto. Y allí veré los entresijos más ocultos de mi corazón. Y allí diré: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”.