(Jn 6,1-15)
Todo lo que uno hace puede ser malinterpretado, es la condena constante del ser humano. Que manifiestas un gesto de cariño…, puede que entiendan que puedes sobrepasarte, que eres un entrometido; que manifiestas respeto ante la vida y la intimidad del otro y dejas espacio para que se construya en libertad…, puede que entiendan que te despreocupas y que no tienes interés personal verdadero en su vida.
Con las cuestiones sociales pasa algo parecido. Que la Iglesia se preocupa de los problemas sociales…: que si esto es una intromisión en la autonomía del estado; que no se pronuncia sobre esos temas…: que la Iglesia sigue encerrada en las sacristías.
A Jesucristo le pasó algo parecido. Un día realiza el signo de dar de comer a una multitud, e inmediatamente lo quieren hacer lider de un movimiento de liberación nacional, el lider de una revolución. Pero cuando Jesús le pide que lo sigan, que confíen en él, le preguntarán: ¿Y qué signos haces tú para que confiemos en ti? (Jn 6, 30).
Hagamos lo que creamos que nos pide el amor que siempre habrá quien malinterprete lo que hacemos. Lo que está claro es que Jesucristo quiere un mundo donde todos tengan pan y libertad, aunque esto suene a proclama de izquierdas (de las de antes).