No me puede

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(Marcos 1, 40-45)—Jesús, pero cómo se te ocurrió abrazar a ese leproso. ¿No ves que ahora no podemos entrar en ninguna aldea para hablar con nadie, ni para anunciar la buena noticia del reino?
—Ya sé, Pedro, que fue una imprudencia, pero no me pude contener. Cuando lo vi delante de mí, arrodillado, suplicándome por el amor de Dios que lo curara, se me conmovió el corazón y me lancé a abrazarlo y a besarlo. Que ahora soy impuro para la ley…, pues qué le vamos a hacer. No hemos salido a predicar el conformismo, ni la cobardía.

 

—Nazareno, tan cabezón como siempre. Pero por ayudar a ese desgraciado, ahora tenemos dificultades para nuestra misión.

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—Santiago, nuestra misión es anunciar que el amor de padre de Dios desborda todas nuestras limitaciones y pecados; que su misericordia está más cerca de los pobres y de los despreciados; que su justicia va a cambiar nuestro corazón y nuestro pueblo. Esa es nuestra misión, esa es mi misión, y eso he hecho.

—Bueno, hombre. Es verdad que aunque no podamos entrar en las aldeas de por aquí, la gente viene a verte y escucharte. Al final siempre tienes razón tú.

—No siempre, Pedro. Mira estoy arrepentido de no haber hablado más despacio con él. Haberle anunciado de palabra la cercanía y el cariño que Dios Padre le ofrece. Este leproso, ahora ya está sano, y ahora necesita vivir dándole las gracias a Dios cada día. Pero cuando lo vi a mis pies, me conmovió, y no le dije todo lo que debía.

 

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