El arte de callar

lo que de verdad importa
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(Marcos 4,35-40) SE NECESITAN dos años para aprender a hablar y sesenta para aprender a escuchar, según le atribuyen a un escritor famoso. Y parte tiene de verdad.

Adolecemos de falta de capacidad de escucha; antes de que el otro acabe de hablar y de explicarse, ya sabemos lo que nos va a decir, y ya estamos preparando nuestra respuesta. Se nota en nuestros recuerdos; siempre nos acordamos de lo que dijimos en tal o cual conversación, pocas veces lo que nos dijeron. Escuchar requiere silencio de nuestra parte. Escuchar de manera activa requiere un silencio que busca comprender al otro, que quiere adentrarse en lo que quiere decirnos con lo que nos dice, en lo que siente, en cómo se ha sentido, en cómo se comprende a sí mismo.

Cuando rezamos también necesitamos silenciarnos, acogernos en una escucha activa. Primero decir, y después saber por qué decimos lo que decimos, cómo nos sentimos al decirlo, por qué nos sentimos así. Es la confianza profunda en el amor de Dios la que nos permite ser sinceros con nosotros mismos. Después hemos de guardar silencio ante Él, silenciar lo superficial y lo profundo. Su música callada le dará una nueva sintonía a nuestra vida; una nueva paz, una nueva luz, un silencio que nos permite Vivir.

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Así es, Jesucristo tiene poder para silenciar el mar embravecido interno que muchas veces es nuestro corazón.

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