(Marcos 1,14-20) —Pero, ¿qué dices, Jesús? Eso del Reino de Dios está muy bien para nosotros, para charlarlo por las noches sobando un vaso de vino. Es cierto que Dios quiere que cambie el pueblo, que está tan harto como nosotros de la injusticia y la crueldad, pero ¿qué vamos a hacer nosotros que somos unos pobres pescadores ignorantes?
—Pues yo, Pedro, ya estoy harto de salir de pesca todos los días. No es que me pese el trabajo. Lo que me ocurre es que me siento como esclavo sabiendo que todos los días que me queden de vida estaré aquí pescando peces, comiendo de lo pescado, descansando para volver a pescar. Parece que el lago me ha pescado a mí.
—No os quiero engañar. Será duro. Vosotros sabéis lo noveleras que son las gentes de nuestra tierra. Hoy te escuchan con aprobación y mañana como si no te hubieran visto. Pero hay que ir sembrando la semilla de Dios en nuestro pueblo. Quién sabe lo que Dios tiene reservado para nosotros. A mí me pasaba lo que a Andrés, no me sentía a gusto con lo que hacía. Pero desde que fuimos al Jordán al bautismo de Juan un fuego no deja de crepitar en mi interior y va encendiendo toda mi vida.
(uno que pasaba por allí)
—¡Oye! ¿Os habéis enterado que Herodes ha pescado a Juan el bautista? Ya estará muerto.
—No se puede esperar más: ¡Simón!, ¡Andrés! Veníos conmigo y os haré pescadores de hombres.