(Marcos 1, 6-11) Entendemos el Espíritu Santo demasiadas veces espiritualistamente. Nos parece que sólo nos llena el Espíritu cuando en un momento de oración o en una celebración comunitaria, aparece una sensación afectiva cálida que nos llena de paz y de alegría, que nos hace ver la vida de otra manera.
No es que esas experiencias estén mal. En absoluto. La oración, tanto la personal como la comunitaria, es un momento importante de la acción de Dios en nuestra vida. Pero no es la única.
Dice Juan Bautista: “Yo os bautizo con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo”. ¿Cómo fue bautizando Jesús a sus discípulos? ¿Cómo los fue transformando desde el interior? Primero acercándose a ellos, entregándoles su amistad, ofreciéndose a sí mismo. Poco a poco les fue ofreciendo un sentido nuevo para su vida; los fue iniciando en la ayuda a los más pobres, en la valoración de los más humildes; les fue ayudando a que abandonaran leyes absurdas que los esclavizaban, y prejuicios con los que dañaban a los demás. Organizó con ellos un movimiento que iba a conmover los cimientos de su pueblo, que iba a preocupar hondamente a sus injustos y blasfemos dirigentes.
En todo eso los bautizó con su amor. Con su amor hacia todos, especialmente hacia los que más sufrían; con su amor en todo momento, incluso en el pecado; con su amor sincero y lleno de perdón; con su amor que no retrocedió ni ante la cruz.
El agua con la que Jesús fue bautizando a sus discípulos fue su propia historia, los acontecimientos que vivieron con él, que contemplaron en él. Así, también, día a día, te está bautizando a ti.