El Papa Francisco recibió el pasado fin de semana al Seminario Metropolitano de Sevilla, con el arzobispo José Ángel Saiz Meneses a la cabeza. Entre estos seminaristas, un nazareno, Juan de Dios Varela Rubio, que a sus 22 años ingresó en el seminario el pasado mes de septiembre, como seminarista propedéutico, en el curso introductorio.
La recepción, de unos 50 minutos, tuvo lugar en la Sala Clementina del Palacio Apostólico Vaticano. Juan de Dios vivió estos momentos “con muchos nervios, pero también con mucha ilusión”, además de que “es bonito ver a unas personas, a sus 87 años, que sigue al pie del cañón al frente de la Iglesia”. Pero, si con algo se queda este seminarista nazareno, “es con la alegría que transmite el Papa”.
El Papa Francisco ofreció un discurso a los presentes, de unos 15 minutos, antes de pasar a saludarlos uno a uno. Este fue para Juan de Dios “uno de los momentos más importantes y que recordaré siempre, ya que no podía imaginar hace seis meses, cuando ingresé en el seminario, que iba a estar delante del sucesor de Pedro y una de las personas más influyentes en el mundo”.
A la tumba de Pedro había peregrinado a Roma este Seminario Metropolitano de Sevilla sin contar, en un principio, con que iban a ser recibidos en el Vaticano.
De este encuentro, Juan de Dios Varela Rubio se queda con el mensaje que les trasladó Francisco, “la importancia de Dios en la formación y que esta no sea un mero trámite para ordenarnos sacerdotes”. El Papa destacó los cuatro aspectos de la etapa formativa de los seminaristas: “la vida espiritual, el estudio, la vida comunitaria y la actividad apostólica”.
Responder a la llamada de Dios
“Los caminos del Señor son distintos a los del hombre” afirma este joven nazareno y fue Dios el que lo llamó. Por ello, dejó sus estudios universitarios de Historia, en tercer curso, e ingresó en septiembre de 2023 en el seminario. Desde entonces, asegura, “el tiempo ha pasado volando y eso es buena señal, de que estoy a gusto y en mi sitio”. Una vez termine sus siete años de formación y se ordene sacerdote, le gustaría dedicarse “a la vida sacramental, en una parroquia de pueblo, para llevar a Dios a los demás”.