La espera y la esperanza

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Cuando éramos chiquillos corríamos en bandadas al encuentro de cualquier cosa que ocurriera creyendo que llegábamos tarde, que se nos podía pasar la vida. ¿Te acuerdas? Siempre teníamos prisa, siempre queríamos que todo llegara pronto y todo parecía tardar demasiado.

Conforme hemos avanzado en años, nuestros pasos se han hecho más pausados, más lentos. No porque ya no podamos correr tanto –al menos no sólo por eso–. Sabemos que la vida no depara tantas sorpresas, y que somos nosotros quienes dejamos escapar nuestras mejores oportunidades a fuerza de correr tras cosas dispares y diversas, sin peso.

Lo más importante de la vida se nos regala. La prisa y la ansiedad no hacen sino distraernos de lo verdaderamente importante. Por eso el evangelio del domingo te advierte: “Estate atento a tu vida, a lo que pasa a tu lado, a tus propios sentimientos, a las personas que te rodean, que en todo ello viene la plenitud de Dios sin que sepas ni cuándo ni dónde”.

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Las experiencias pasan. La actitud de espera confiada, sin temores, perseverante, nos abre la puerta de la vida. Lo mejor de la vida no se conquista, es un regalo que se nos acerca. No vivas como si tu vida dependiera de ti mismo. Es una responsabilidad tan tremenda que termina por agobiarnos. Haz lo que crees que tienes que hacer y estate en paz, que la vida te la regalan (…) silenciosamente.

 

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