Hay un pueblo de cielo siempre azul y sonriente, cuya vida deslízase tranquila y sosegada; los perfumes de sus jardines siempre llenos de verdor hacen embriagador el ambiente; al caer de la tarde, y vistos a lo lejos, parecen sus hogares blancas palomas que levantan el vuelo en busca de sus nidos; los pajarillos trinan en sus enramadas y huertas saludando con sus gorjeos a la aurora cuando con rosáceos tintes colora los cielos…”. Leyendo estas dulces líneas debidas a la excelente pluma del presbítero Rafael Rodríguez García, hijo de este pueblo, da la impresión de que Dos-Hermanas, en el pasado, fue un remanso de paz, una población tranquila nadando en “la suave paz del campo”, expresión acuñada por “Fernán Caballero”, que también se encargaría de dar una imagen idílica (y casi aburrida) de nuestra entonces villa. Pero nada más lejos de la realidad.
Desde finales del siglo XV tenemos constancia de innumerables sucesos que perturbaban la tranquilidad y la vida cotidiana de los vecinos de Dos-Hermanas. Robos, asesinatos, trifulcas y discusiones subidas de tono estaban a la orden del día. De esos innumerables casos pondremos unos cuantos ocurridos en el siglo XVI y en la propia localidad (a un lado dejaremos los sucesos que ocurrían en los extensos campos que rodeaban al municipio, donde tampoco reinaba la paz, precisamente). Todos ellos son una pequeña muestra de la “Crónica Negra nazarena” que aún está sin escribir.
Comencemos por un suceso ocurrido en 1535. Entonces, Melchor Díaz se querelló contra Catalina de Moya, esposa de Francisco Lorenzo, porque “el día de San Sevastyán que agora pasó, la dicha Catalyna de Moya ynjuryó de palabras a su muger deste querellante que los testigos declararán las palabras que fueron”. Y en enero de un año más tarde, Alonso Martín de la Mercadilla manifestó ante las Justicias del lugar que “vn harriero que pasa por este lugar, que non sabe su nonbre, el martes o miércoles desta semana que agora pasó, estando a su puerta vna podenca (perro de caza) suya, el dicho harriero e otros con él se la mataron en su puerta, estando echada con sus mulos”, al tiempo que pidió mandamiento para que el alguacil u otra persona competente “tomen e enbarguen (a los arrieros) vna bestya de las que truxeren o vna prenda que valga tres ducados que valýa la dicha podenca, hasta tanto que estén a Justiçia con él”.
Los perros, motivos de problemas en Dos-Hermanas
Los perros, por cierto, también podían originar problemas y daños en Dos-Hermanas. Es lo que ocurrió en ese año de 1536 cuando Hernando de Deza acudió al alcalde ordinario del lugar para querellarse contra Diego Gómez Duque, vecino del lugar, porque un perro de este último le causó muchos daños, pues le mató muchas gallinas. Antes de acudir a las Justicias, Deza le había pedido a Gómez Duque que atase o matase al perro, lo cual no hizo. El alcalde mandó llamar al querellado, y preguntado si algún perro suyo había entrado en casa de Deza a matar o llevar alguna gallina, respondió que “non lo sabe más de quanto ha visto otros podencos e perros de por ahí saltar por esas paredes en el corral del dicho Fernando de Deza continuamente”, de esta manera, eludía responsabilidades. Juana de la Concha, mujer de Diego Gómez Duque, también testificó y manifestó que el perro que Deza le requirió que matase o lo atase, fue muerto por su marido. También dijo que “vna muger que posa en su casa desta declarante falló en el trascorral de su casa desta declarante vna pollita pequeña e otra más chiquita muertas degolladillas como sy fueran de golladas de comadreja o de hurón, e que no sabe de dónde pueden ser e la mostró ante el dicho alcalde vna pollita e el dicho alcalde dixo que le parecía que no tenía dentellada de perro”. Acto seguido, el alcalde ordinario dio por finalizada la querella, al verse que los causantes de las muertes de las gallinas fueron unos hurones y no el perro.
Asimismo, los mesones y tabernas solían ser lugares habituales de altercados. Por ejemplo, en 1531 Juana Vélez, hija de una mesonera, declaró que estando en un mesón (no se dice cuál) “plegando vna camysa, que vyno su madre de fuera, y que estando ryñiendo con ella, que vn gallego aserrador que está aquí en este lugar, que tomó vn garrote y le dio de palos a la dicha su madre, e que dyó con ella atordyda en el suelo e que luego el dicho gallego como le dio echó a fuyr e metióse en la yglesia”. Uno de los testigos de los hechos, Hernando de Deza declararía que “el dicho gallego salió de mandado de la casa de la dicha ofendida huyendo, e se metió en la yglesia, e que este testigo fue corriendo allá y la halló tendida syn habla e que oyó decir que el dicho gallego le avýa dado con vn palo”.
Visto todo lo anterior, se puede comprobar que era muy normal el portar armas blancas (espadas, dagas, broqueles, cuchillos, etc.), de ahí que, por ejemplo, en las antiguas Reglas de las cofradías se incluía la prohibición de portar armas en los cabildos, prohibición que también vemos en la celebración de los cabildos del concejo de Dos-Hermanas.