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(Mt 13, 24-43) LA CIZAÑA es una planta de apariencia semejante al trigo, pero cuyo fruto contiene un principio tóxico, y tiene una gran capacidad de propagación, por lo que se extiende rápidamente y es difícil de extirpar.

Las críticas destructivas y los rumores falsos, mientras más escandalosos y dañinos, con más facilidad de que se extiendan, son formas de “meter cizaña”. Alentar los enfrentamientos de unos con otros sabiendo yo quedarme fuera de esa pelea es “meter cizaña”. Socavar la confianza de una persona en la tarea que tiene que realizar, señalarle solos sus defectos sin valorar positivamente sus virtudes es una manera de “meter cizaña”. Engañar haciendo ver que el mal tiene más peso que el bien, que no merece la pena buscar el bien común, desalentar la generosidad y la entrega…, todo esto es también “meter cizaña”.

¿Y qué se aprovecha para sembrar cizaña? Nuestro orgullo herido, nuestra envidia excitada, nuestras frustraciones y ansias insatisfechas, nuestra codicia, el andar comparándonos con los demás como si no fuéramos, todos, personas con dignidad e hijos de Dios. Sembramos cizaña cuando estamos amargados, y nuestra amargura es esa semilla tóxica que se contagia como un coronavirus. Ante la cizaña, solo verdad y amor –no se combate lo amargo con hiel-, comprensión con el que vive frustrado, que el amor de Dios es nuestra vacuna; y nos tendremos que poner tantas dosis como nos hagan falta, no tienen contraindicación.

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