(Mt 1,18-24) DESDE HACE demasiado tiempo todo se polariza en España. Las suspicacias de algunos han llegado hasta la tradición del Belén. “En espacios públicos no se deben poner símbolos religiosos”—dicen. Pueden tener alguna razón, pero cuando esos símbolos son profundamente humanos y están radicalmente enraizados en nuestra cultura, renunciar a ellos es empobrecernos, y dejar un vacío cultural que lo viene a ocupar la mentalidad consumista y superficial del capitalismo. No seamos estúpidos.
En la historia del nacimiento de Jesucristo, san José tiene un papel importantísimo. Es un hombre justo, por encima de las vigencias culturales de su tiempo, terriblemente machistas. Decidió no repudiar a su prometida cuando descubrió que estaba embarazada y no podía ser de él, solo para salvarle la vida. La pena que se les imponía era la de muerte por apedreamiento. Pensándose deshonrado, decidió salvar la vida de María y del hijo que traía, en contra de las leyes machistas de su tiempo.
Es, también, ejemplo de creyente. Creyó el anuncio de lo alto que le decía que el niño que tenía María en su seno era fruto del Espíritu Santo; y, sin decir palabra, puso por obra la voluntad de Dios en su vida, y se hizo custodio de la Luz. Los hombres creyentes tenemos en san José un referente esencial. Su sencillez, su generosidad, su entrega, su perseverancia en custodiar la vida, y su fe tienen que inspirarnos a cada uno de nosotros.




























