María Luisa Díaz Núñez recibía el pasado día 27 de mayo la Cruz pro Ecclesia et Pontífice, la máxima distinción que concede la Santa Sede. Con ella se reconoce su abnegada entrega al servicio de la Iglesia y las personas necesitadas. Ella se define como una servidora de la Iglesia y su Virgen de Valme, de la que es su camarera desde 1979.
“Esta cruz pertenece a mi familia, a mis amigos y a todo el pueblo de Dos Hermanas”
Unos días después de la entrega. ¿Qué sensaciones atesora María Luisa Díaz Núñez del acto que vivió en su parroquia para la entrega de la Cruz Pro Ecclesia et Pontifice que le ha concedido la Santa Sede?
Pues tras el acto celebrado el pasado día 27, decir que estoy muy satisfecha, contenta y orgullosa de cómo se desarrolló todo. Ya estoy más tranquila, después de verme un poco abrumada. Fue muy solemne y emocionante para mí y, ante todo, quiero aprovechar esta entrevista para expresar mi profundo agradecimiento a las numerosas personas que me acompañaron esa tarde, mi parroquia, mi querida Hermandad de Valme, los sacerdotes, mi familia y amigos, los miembros de las instituciones civiles y religiosas, y todos los fieles en general… Especialmente, al Sr. Arzobispo por venir expresamente a la Parroquia de Santa María Magdalena, haciendo un hueco en su apretada agenta. Y cómo no, mi agradecimiento también a tantas personas que, aunque no pudieron estar presentes, sí estaban conmigo de corazón. Gracias infinitas a todos por el apoyo recibido durante toda mi vida, en mi día a día.
Santa María Magdalena estaba llena de público, entre familiares y amigos, pero también representantes de las hermandades y las instituciones. ¿Ese apoyo de su gente la convenció un poco más del merecimiento de esta distinción?
Bueno, como ya he dicho en otras ocasiones, sigo pensando que hay más personas que seguramente merecen el reconocimiento más que yo, pero lo he aceptado encantada y feliz porque Dios Nuestro Señor así lo ha querido. Es una medalla que pertenece a todos, a mi familia, a mis amigos y, en general, a todo el pueblo de Dos Hermanas.
¿Tiene un cariz especial este reconocimiento al estar firmado por el Papa Francisco, como una de sus últimas acciones, poco antes de su fallecimiento?
Para mí haber recibido la Cruz Pro Ecclesia et Pontifice ha sido muy emotivo, porque está concedida por el Santo Padre Francisco prácticamente un mes antes de su fallecimiento. Me dieron la noticia el 20 de marzo y, durante el último mes de su vida, he pedido por él todos los días, al igual que lo hemos hecho todos los miembros de la Iglesia. Aunque mejoró, no pudo recuperarse y fue llamado a la Casa del Padre. La entrega de la distinción ha sido ya con el nuevo Papa, León XIV, y, como dije al término del acto, me parece un signo de la continuidad de la Iglesia a lo largo de la historia y de la comunión con el Romano Pontífice. Todo esto, sin duda, le añade un valor especial al reconocimiento que supone esta condecoración, y la hace aún más significativa y valiosa.
Dice que es una humilde servidora al servicio de la Iglesia, pero ¿cuándo se produce ese primer acercamiento a la Iglesia y por qué?
Desde que era una niña, acudía a diario a la parroquia con mi madre y mis tías. También influía el hecho de estar en el Colegio de Santa Ana, que se encontraba al lado de la iglesia y al que iba con mi prima Encarnita Núñez; al final siempre estábamos en la parroquia. De jovencita estuve bordando en el taller de María Muñoz, y junto con mis compañeras, acudíamos también con ella a hacer obras de caridad. Pero fue sobre todo desde que estaba de párroco don José Ruiz Mantero, que fue quien instauró la catequesis en la parroquia, los viernes a las cuatro de la tarde, y ahí acudían todos los niños. Esos fueron mis inicios en las catequesis.
De todo lo que ha hecho, ¿su labor como catequista, desde que empezó en los años 50, ha sido la más especial o importante?
Pues tengo que decir que sí, porque la finalidad de la catequesis es que los niños conozcan a Jesús, enseñándoles que, desde el momento del bautismo, nos hacemos cristianos, y formamos parte de la familia de la Iglesia. Que aprendan, también, los sacramentos, los mandamientos y las oraciones, para que conozcan mejor a Dios. El catequista tiene la responsabilidad de enseñar la palabra de Dios a los niños, y que Jesucristo, el Hijo de Dios, ha venido al mundo para morir por nosotros en la Cruz, salvándonos con su Pasión, Muerte y Resurrección. Y también como catequista hay que dar testimonio de fe, para que los niños sepan que mi pilar de fe es Dios, nuestro Padre, que es justo y misericordioso, un Dios cercano, que cuida de todos nosotros.
Ha vivido en primera línea la historia del templo de Santa María Magdalena, junto a seis de sus párrocos. ¿Cómo ha evolucionado la parroquia en todos estos años?
Creo que la evolución de la parroquia ha sido muy positiva. En general, todos los párrocos han sabido mantener y hacer crecer la vida religiosa en este templo, que, gracias a Dios, tiene mucha actividad y mucha vida. Hemos tenido muy buenos sacerdotes en Santa María Magdalena, y yo los recuerdo a todos con mucho cariño, pues los he tratado día a día y he sido testigo de su dedicación constante a la feligresía. Siempre ha habido mucha unión entre los sacerdotes y los fieles, y esto es fundamental para tener una comunidad parroquial viva y activa.
Volviendo al tema del merecimiento o no de una distinción, se podría decir que María Luisa Díaz Núñez es la mujer que más cerca está de la Virgen (Valme) en Dos Hermanas. ¿No es ese ya motivo suficiente para recibir esta cruz o ya es el mayor premio que se lleva ser su servidora?
Quizás físicamente tengo el privilegio de ser la persona que está más cerca de la Virgen, pero siempre digo que, espiritualmente, hay otras muchas personas que están tanto o más cerca de Ella, pidiendo y recibiendo su Valimiento. Para mí es un honor ser la camarera de la Virgen de Valme, mi mayor regalo, un honor muy grande que me fue concedido en 1979 y que, gracias a Dios y a las distintas Juntas de Gobierno, sigo desempeñando a día de hoy.
Junto a la Virgen de Valme habrá vivido muchas situaciones de personas que se acercan a Ella pidiendo su valimiento por diferentes motivos. ¿Qué encuentran en su mirada?
La mirada de la Virgen es única; me viene a la cabeza una sevillana que canta el Coro de la Hermandad de Valme y que dice: “Nadie mira como tú, Madre de Valme a los ojos…” Y así es, los fieles que buscan a la Virgen ven una mirada de Madre, de amor, de ternura, de consuelo, de cariño, de refugio, de amparo… A Ella acudimos en nuestros momentos más difíciles, para hacerle nuestras peticiones y también para rezarle, agradeciéndole lo que nos ha concedido.
Cuando vemos a la Virgen de Valme, nos fijamos todos en los mantos que le colocas como su camarera, pero lo más importante está debajo, las flores que entrega a las personas enfermas. ¿Ha entregado María Luisa Díaz Núñez muchas en todos estos años? ¿Es su labor más gratificante?
La flor que tiene la Virgen de Valme en su mano se entrega a los enfermos, y por eso digo siempre que, para mí, la labor más importante que tengo como camarera es dar esa flor a todas las personas que vienen a pedirlas desconsoladas, rotas de dolor, pero con la fe y con la confianza de que la Virgen interceda por la salud de algún familiar o amigo cercano, igual que en su día San Fernando la invocó diciéndole “Váleme Señora”. Cada vez entregamos más flores y por eso fue necesario ponerlas también debajo del manto, para que siempre podamos atender las peticiones. Detrás de cada flor hay una historia que toca el corazón, y son tantas y tan emotivas, que nos hablan de cuánto se necesita en nuestro mundo el Valimiento de nuestra Madre.
Además del compromiso de perseverar en el seguimiento a Jesucristo, ¿cuál cree que es su misión en el momento actual de la iglesia como creyente y cristiana y como Cruz Pro Ecclesia et Pontifice?
Pues, como ya he dicho otras veces, yo no soy más que una humilde servidora que ha hecho y hace lo que le piden, y lo que cree que debe hacer como miembro activo de la Iglesia. Y eso es lo que seguiré haciendo en la medida de mis posibilidades: colaborar en todo lo que mi parroquia necesite, visitando el Sagrario, ayudando a los demás en lo que esté en mano, asistiendo a misa todos los días, salvo los que por enfermedad no pueda, porque a mí me da fuerzas para seguir haciendo buenas obras, ya que Dios Nuestro Señor es el que nos da la esperanza y el ánimo para no caer ante los problemas que surgen a diario. En definitiva, nada más y nada menos que intentando seguir a Jesucristo, con alegría y confianza, porque Él camina siempre a nuestro lado.
Foto: Hermandad de Valme/ Marcos Villa.