EN LOS CIELOS nuevos y la tierra nueva viviremos como hijos y hermanos; con la íntima plenitud de vivir en las palmas de las manos del Padre; con el gozo de sabernos unos a otros hermanos. Ya no habrá ni desconfianza, ni angustia vital; ya no habrá calumnias, ni malos entendidos. En los cielos y la tierra nueva reinará la justicia y todos tendremos el pan y todo lo necesario de cada día; todos pondremos al servicio de los demás los dones que el Señor nos ha dado con un trabajo humano y en condiciones dignas; y los responsables de las instituciones públicas serán ejemplo de integridad y prudencia…
Sí, ya sé que suena hermoso, aunque irrealizable. Pero no es así; cada día, cada vez que una persona ama a su hermano en lo concreto y cercano, y se sabe amada por Dios en su Hijo Jesucristo se van realizando esos cielos nuevos y esa tierra nueva. El final hermoso, que se nos promete, y el camino a recorrer para llegar es el mismo: amarnos como Jesucristo nos amó.
Los primeros apóstoles impulsados por el Espíritu como misioneros fueron creando comunidades de creyentes por donde iban: en Corinto, en Éfeso, en Tesalónica y en Antioquía. Comunidades de fe en Cristo y de amor fraterno, también a los más débiles. Cada comunidad, cada parroquia ha de ser signo de los cielos nuevos y la tierra nueva que se nos promete.
Permíteme una pregunta ¿Es tu comunidad signo de esa tierra donde habitará la justicia?