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(Lucas 13, 1-9) Que un familiar enfermo se recupere, que un joven encuentre trabajo, que los niños crezcan sanos y alegres, que quien necesitó ayuda se ofrezca a ayudar a otros, que se cree una empresa que dé trabajo a unas cuantas familias, que la parroquia vaya creciendo en fe y en alegría, que vengan familias buenas a vivir a nuestro barrio… Todos son signos de esperanza que van llenando nuestro corazón de un amor más grande y más profundo que todos ellos.

La esperanza es un misterio, un misterio que nos da vida. No vivimos en esperanza porque las cosas vayan bien, sino porque sabemos que nuestra vida está en manos de Aquel que nos quiere. Llegarán tiempos en que los signos de esperanza falten y solo nos podamos agarrar a la cruz de Jesús, la única esperanza que nunca defrauda porque es esperanza de un amor definitivo y de una vida eterna.

El evangelio está lleno de los signos de esperanza que daba Jesús. El mismo pueblo de Dios se constituye desde el signo de esperanza de la liberación de la esclavitud en Egipto. Hoy también nosotros estamos llamados a ser signos de esperanza: ofrecer ayuda concreta a los que pasan dificultades; acompañar a los niños y jóvenes en su crecimiento en la vida y en la fe; participar asociaciones que busquen una mayor justicia social; y el más difícil de todos, tener una vida íntegra que no se deje corromper por la comodidad, la mentira o el dinero. Dios tiene puesta su esperanza en ti; ese también es un misterio grande.

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