- Publicidad -

(Lucas 6, 27-38) CUANDO UN BEBÉ viene a nuestra casa nos volvemos a dar cuenta de qué tipo de amor es el que nos hace personas. El niño pequeño no ha hecho nada por sus padres, o por sus abuelos, o por sus hermanos mayores, y, sin embargo, recibe incondicionalmente todas las atenciones necesarias, y más. Una sola sonrisa del bebé vale para borrar noches de desvelo y preocupación.

Lo que nos hace personas es un amor incondicional, entregado, sufrido, que no mira el bien propio sino el del otro, que encuentra su alegría en el gozo del otro. Así se nos hace personas, y solo cuando podemos entregar a otro esa experiencia de amor nuestro corazón descansa en paz. Así es también el amor de Dios. Él nos hizo a su imagen y semejanza, capaces, con necesidad de amar de manera incondicional.

A veces nos sobrarán motivos para guardar rencor, incluso para odiar; la prudencia nos invitará a ayudar esperando una ayuda recíproca por parte del otro. Todo esto es humano, pero el soplo del Espíritu que hace vivir nuestra alma viene de otro sitio. Necesitamos que nos amen con nuestros defectos, perdonando nuestros errores, acogiendo nuestros traumas, sin cálculos de beneficios. Así también necesitamos amar.

- Publicidad -

Sin un amor así, nada humano permanece, nada puede llamarse amor. Donde no hay pon amor y sacarás amor, que decía san Juan de la Cruz.

- Publicidad -

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí
Captcha verification failed!
La puntuación de usuario de captcha falló. ¡por favor contáctenos!