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(Marcos 10, 17-30) “PODEROSO CABALLERO es don Dinero”, dictaminaba Francisco de Quevedo en una metáfora que sigue siendo de actualidad. Pocas cosas no las compran las riquezas, solo las que dan sentido profundo a la vida: la amistad verdadera, el auténtico amor, la dignidad de la propia vida, el consuelo y la fortaleza de la fe. “Quien quisiera comprar el amor con las riquezas de su casa se haría despreciable”, sentencia la Biblia en el Cantar de los Cantares del rey Salomón.

Es más, solo cuando usamos el dinero y los bienes materiales con generosidad, y los ponemos al servicio de los demás, vivimos de acuerdo con nuestra dignidad humana. El egoísmo, la avaricia, la tacañería, la rapacidad, la mezquindad nos hacen menos personas y nos alejan de la voluntad de Dios. ¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el reino de los cielos!, dice el Señor en el texto del evangelio del próximo domingo. Necesitamos los bienes materiales para vivir, para eso los creó Dios; pero no vivimos para ellos.

Quien se encuentra con el amor siente la profunda necesidad de entregarse a quien ama, y de compartir con él todo lo que tiene. Por eso, quien se encuentra con la inmensidad del amor de Dios gusta de vivir en austeridad y pobreza, conformándose con poco, queriendo compartir lo que tiene con los pobres, sintiendo como un agravio al amor a Dios el alejarse de sencillos buscando una vida de falsas apariencias. San Francisco se declaraba enamorado de la dama Pobreza.

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