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En una zona ajardinada situada entre la avenida de la Madre Paula Montalt y la autovía A-376, y muy próxima a la parte de la hacienda de Quintos que perteneció al marquesado de Tarifa y ducado de Alcalá de los Gazules, se alza aún airosa una cruz, conocida con el nombre del paraje donde se encuentra: la Cruz de Quintos. Muchos son los que pasan por esa zona sin percatarse de su existencia. Otros se habrán preguntado al verla, qué significado tiene y cuál fue su función.

Pues esa simple cruz ha sobrevivido heroicamente al paso inmisericorde del tiempo (la cruz de donaire que en el siglo XVII existió en la zona del Palmarillo, por ejemplo, no tuvo la misma suerte), aunque a mediados de agosto de 2013 sufrió un considerable daño al desprenderse el brazo horizontal y la parte superior de la cruz. Por fortuna, el consistorio nazareno procedió a su reparación al año siguiente.

Realizada en piedra muy posiblemente en los años finales del siglo XVI o a principios de la siguiente centuria, tiene un diseño sencillo, sin apenas decoración, salvo los remates de la cruz. Se levanta directamente sobre un pedestal de planta cuadrada realizado en ladrillo y carece de inscripción, ignorándose si tuvo alguna en su base. A diferencia de otros humilladeros situados en las poblaciones cercanas, como la Cruz del Campo o el Humilladero de San Onofre, en la capital hispalense, la Cruz de Quintos no aparece cobijada bajo un templete o baldaquino. Estaba situada al pie del antiguo camino que comunicaba el entonces lugar de Quintos con el puente Horadada, y una vez cruzado el río Guadaíra se prolongaba hasta llegar a la ciudad de Sevilla.

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Era una cruz de término o de humilladero, que marcaba jurisdicción y, al mismo tiempo, era una muestra de piedad popular, pues los caminantes que transitaban por ese camino utilizaban aquel sitio para rezar ante la cruz y encomendarse a una devoción concreta para protegerse de los muchos peligros que asolaban los caminos y veredas en aquella época.

Pero también servía como hito urbano para informar al caminante que se llegaba a una población, en este caso el ya mencionado lugar de Quintos, una pequeña aldea (con topónimo de origen romano) que formó parte de la antigua mitación de las Dos-Hermanas en los siglos XV y XVI, y que surgió al amparo de las heredades que en el pago de Quintos poseían el cabildo de la Catedral de Sevilla, el monasterio sevillano de San Clemente y la familia de los Enríquez de Ribera (que ostentaba, entre otros, los títulos de condes de Los Molares, marqueses de Tarifa y duques de Alcalá de los Gazules). La aldea, que contó con una iglesia rural propia puesta bajo la advocación de Santa María de Gracia (al frente de la cual estaba un capellán nombrado directamente por el marqués de Tarifa), estaba situada junto a la heredad (luego hacienda) de la referida familia.

Esa proximidad hizo que la aldea estuviera bajo la influencia de los Enríquez de Ribera a través de sus mayordomos, en especial del sevillano Francisco de Robledillo, que ejerció dicho cargo durante buena parte de las décadas de 1520-1530. Según los testimonios de Cristóbal Abad, Leonor Ramos y su marido Martín Fernández, vecinos de Quintos, llevados a cabo en 1531 ante las Justicias de Dos-Hermanas (al carecer Quintos de concejo propio y, por tanto, estar bajo la jurisdicción nazarena), «todos los vezinos que viven en el dicho heredamiento de Quintos, todos viven en las casas que les da el dicho Francisco de Robledillo, por mandado del señor marqués, de balde, e sy no hazen lo que el dicho Francisco de Robledillo les manda, que luego les quita las casas e los echa del lugar». Por si estas palabras no fueran suficientes, el referido Cristóbal Abad insistió diciendo que él mismo había visto «echar a ziertos vezinos del dicho heredamiento porque no hazían lo que él (se refiere a Robledillo) les manda». A pesar de que estos testimonios (que ponen a las claras una actuación casi mafiosa) llegaron a oídos de las Justicias de Dos-Hermanas, esta situación de control continuaría hasta el fallecimiento de Robledillo en 1537. Los siguientes mayordomos, si bien no ejercieron tanta presión sobre los escasos vecinos, tampoco hicieron nada por favorecer un crecimiento demográfico de la aldea. Quintos ya no era tan atrayente para los marqueses de Tarifa, mucho más interesados en el vecino heredamiento de Villanueva del Pítamo (donde pasarían largas temporadas) o en la compra de la jurisdicción de Dos-Hermanas (con dos intentos infructuosos en 1525 y 1564 y otro ya efectivo en 1631, aunque no fuera por mucho tiempo). Quintos quedó, únicamente, como centro de producción de aceite y poco más.

La aldea terminó desapareciendo en los últimos años del siglo XVI, aunque hubo un intento de «resurgimiento» a lo largo de la siguiente centuria. Pero la cruz continuó ahí. Perdió sus funciones originarias, quedando como un mero hito de la Historia del lugar, un testigo mudo. E ironías de la Historia, vio languidecer y desaparecer una pequeña aldea, y pasado el tiempo, nacer y crecer un gran barrio.

En esta imagen de satélite hemos marcado el sitio donde se encuentra la cruz 1, el área aproximado donde se asentaría el lugar de Quintos 2 y las tres haciendas de Quintos: la de la familia Enríquez de Ribera 3, la del monasterio de San Clemente 4 y la del cabildo catedralicio 5.

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