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(Marcos14,12-26) LA EUCARISTÍA tiene tanta densidad de sentido que nunca se termina de decir todo lo que significa. Fue la última cena de Jesús, premonición de su pasión; es actualización de la entrega de su vida en la cruz, el amor más grande; fue y es comida fraterna de quienes comparten la misión de anunciar el evangelio; es invitación constante a la conversión de nuestra vida tibia y superficial; es comunión íntima que quiere regalarnos el Padre con su Hijo por la acción del Espíritu; es sacramento en el que la comunidad experimenta que es Cuerpo de Cristo en la historia para proseguir con toda su misión; es Santísimo Sacramento ante el que postrarnos, no como ante ningún poder ajeno, sino ante la grandeza de un amor que en todo nos puede; la eucaristía es pan, paz, alegría, perdón, esperanza nuestra de cada día… ¿Cómo abarcar tanto con nuestra mente pequeña, aunque nuestro corazón tenga siempre anhelo de más?

En el día del Corpus, Jesucristo vuelve a las calles de su Pueblo, como en aquellos días por Cafarnaúm o Magdala, rodeado del agradecimiento de los que hemos recibido de Él la vida, y de la esperanza de todos sus amigos. Algunos, como en Nazaret, mirarán incrédulamente pensando si de alguien tan corriente como el hijo de un carpintero puede venir la salvación. Pero nosotros lo hemos experimentado de algo tan corriente como un poco de pan, con el que nos llega todo el amor de Dios hecho sacramento.

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