(Jn 2, 13-25) TODO CAMBIO personal requiere hacerse violencia. No cambiamos a mejor sin un esfuerzo consciente y voluntario para buscar el bien. La cuaresma cristiana subraya la dimensión del “negarnos a nosotros mismos” para acoger la voluntad de Dios.
Si nos dejamos llevar por nuestras inclinaciones no es de extrañar que acabemos con grasa sobrante en el cuerpo y en el alma; no más relajados, sino con una intranquilidad improductiva que nos quita la paz interior.
Toda transformación social que luche contra la injusticia, contra la pobreza deshumanizadora que roba el desarrollo personal a los niños y a los jóvenes, requiere valentía y arrojo. Ningún cobarde sigue a Jesucristo.
El texto del evangelio que leeremos el próximo domingo así lo atestigua: la purificación del templo de Jerusalén, la expulsión de los mercaderes. Jesús se opone frontalmente a la forma en la que desde la religión se oprimía y se engañaba al pueblo judío. Bajo excusa de la ley de Dios se les saqueaba el bolsillo y se les dejaba fría el alma. No era esa religión verdadera y Jesús se enfrenta con ella.
La Primera Alianza era relación de adoración al Padre de la vida, de respeto al hermano, de compasión con el pobre; pero se había prostituido. La Nueva y Eterna Alianza es comunión personal con Jesús de Nazaret, Dios Crucificado y verdadero Templo Santo. ¿Tendrá que venir de nuevo Jesucristo con un látigo a expulsar a quien intenta egoístamente mercadear con su Palabra?