“OS HE LLEVADO sobre alas de águila”, le dice el Señor a su pueblo para animarlos a afrontar el camino hacia la tierra prometida. Una imagen bellísima que hace referencia a los polluelos de águila, que cuando se inician en el vuelo, si se desequilibran y comienzan a caer, alguno de sus padres vuela debajo de ellos y con el aire del vuelo de sus alas, les dan el equilibrio y el impulso que necesitan para seguir volando; sin tocarlos –porque eso sería fatal-, sin que lo sepan, están pendientes de ellos y los siguen cuidando.
Así el Señor nos cuida a nosotros. Nos envía con su misma misión de anunciar el evangelio a los pobres, con nuestras palabras y nuestras acciones. Pero sabe de nuestras fragilidades, de lo fácil que confundimos el bien con nuestros propios deseos, el mal con el dolor que causan nuestras propias heridas. Él también, como el águila, nos incita a volar, nos llama a poner toda nuestra energía y creatividad en ir construyendo un mundo que sea una mesa de hermanos donde se comparte el pan, a vivir en plena comunión con él. Y cuando nos desviamos, cuando perdemos el camino, sin que lo sintamos exteriormente, nos ayuda a seguir caminando en la senda que él abrió.
“La mies es mucha y los trabajadores son pocos”, pero no te preocupes, que el que te llama a seguirlo, en lo concreto de tu vida, se hará presente y te mostrará su protección. Salta del nido y vuela, que para poder volar hemos nacido.