(Juan 11, 3-45) PERDÓNEME LA expresión, pero en nuestra vida, muchas veces, “huele a muerto”.
“Huele a muerto” en nuestras instituciones, en las que parece que se ha naturalizado la corrupción y la ineptitud sin que lleguen dimisiones ni destituciones. Solo es grave la corrupción de los otros. Cuando esto sucede así, y hasta los altos cargos de la judicatura tienen“sensibilidad partidista”, nuestro sistema institucional va degenerando en democracia de baja intensidad.
“Huele a muerto” en nuestra cultura, en la que se está asumiendo que el tener hijos, en vez de ser la máxima realización del amor de una pareja, se entiende como una esclavitud, como una rémora para la propia felicidad. Ha tardado en llegar, pero el espejo del aborto es la eutanasia; parece que la vida que no responde a la ley del consumismo no tiene dignidad. ¿Es coherente defender la diversidad de las personas y tener como justificación del aborto la discapacidad del niño que va a nacer?
El egoísmo y el miedo, las ideologías de rechazo al otro y de cerrazón al misterio de la vida son veneno para que el amor, verdadero dinamismo del alma humana, pueda desarrollarse. Necesitamos salir de nuestras tumbas y encontrarnos unos con otros; necesitamos salir de nuestros sepulcros y acoger el don de la vida. En el evangelio de esta semana, Jesucristo se nos muestra como la resurrección y la vida; acogernos a Él, en cualquier circunstancia, es camino de vida plena.