(Jn 15, 1-11) TODOS TENEMOS COSAS que reprocharnos. A todos nos pueden decir: “El que esté libre de pecado que tire la primera piedra”. Por eso, a nadie debemos juzgar, ni condenar. En el camino de nuestra vida tenemos siempre que comprender a quien tropieza y cae; a quien, en un momento de su vida, tuvo una debilidad. Esto no significa que las cosas que hagamos no tengan importancia. Lo malo es malo, y lo bueno, bueno. Lo que hace daño, hace daño, valga la redundancia; de tal manera que lo que construye y aprovecha es lo que debemos hacer.
Pero insisto, todos tenemos cosas que reprocharnos; por eso también todos podemos escuchar las palabras que Jesús ofrece a aquella mujer sorprendida en adulterio, a quien los vecinos de Jerusalén querían lapidar. También nosotros podemos escuchar: “Tampoco yo te condeno”. Nos lo dice el mismísimo Hijo de Dios. Así que, si Él no nos condena, no debemos condenarnos a nosotros mismos, ni revivir eternamente la vergüenza y el arrepentimiento de aquello que hicimos. Solo debemos recordar la mirada de comprensión y perdón, el gesto de acogida, con la que Jesucristo rehabilitó nuestra dignidad dañada.
Ni podemos cancelar el pasado, ni dejar que el pasado anule la bondad y la hermosura que el futuro nos puede deparar. Al escuchar a Jesús decir: “En adelante, no peques más”, sabemos que Él confía en nosotros, para que vivamos conforme al amor con el que Él se entregó. Que Él se entrega para que vivamos en su amor.