Marcos 9,37-42
A VECES comprendemos la fe de manera errónea; y, así, se la transmitimos a los demás.
Sucede, por ejemplo, con la Cuaresma. Si nos preguntan qué significa la cuaresma respondemos con lo más exterior y superficial: el ayuno del Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo; el no comer carne todos los viernes; que si es tiempo de sacrificio y oración… Y todo esto es verdad, pero a condición de que vivamos que en el principio de nuestra experiencia de fe y de todo esto está la misericordia.
El pueblo de Israel, antes de recibir los mandamientos de la Ley de Dios, fue liberado por Dios de la esclavitud que estaba sufriendo en Egipto. No fueron primero los mandamientos; lo primero en Dios es siempre su misericordia. También con nosotros primero fueron los cuidados de nuestros padres y sus desvelos; y, mucho después, que nos exigieran hacerles caso.
Nada hay en nosotros que no proceda del amor en el que crecimos, aun con las luces y las sombras de esta vida. Así lo ha querido el Padre, y en esa condición creó a las personas.
La cuaresma es solo el deseo de corresponder al amor que nos hizo ser. Por eso cuaresma es hacernos una pregunta y acoger un deseo. El deseo de corresponder con más verdad y autenticidad al amor que Dios nos regala en todo momento; y respondernos a la pregunta de cómo hacerlo. En esto, todo, encuentra su sentido verdadero.