(Juan 1,35-42) SAMUEL ES un adolescente normal, lo mismo que Juan, Andrés o María; eran jóvenes muy parecidos a los jóvenes de su tiempo. Las mismas esperanzas, las mismas preocupaciones, las mismas alegrías, los mismos miedos… Es verdad que cada persona es especial y cada uno somos únicos, pero lo que les hizo sentirse y ser verdaderamente especiales y únicos fue la relación personal con el Señor.
Samuel podía haber sido un padre de familia ejemplar, pero su relación cotidiana con el Señor hizo de él la conciencia y la esperanza de Israel. Se atrevía hasta denunciar al rey los abusos y las injusticias que cometía para que se arrepintiera y cambiara. Su experiencia de Dios lo hizo valiente y lúcido; fue un faro para todo su pueblo. El acogió la llamada del Señor.
Andrés y Juan… no sabemos lo que podrían haber llegado a ser, la verdad. Eran tan fuertes los movimientos extremistas en su tiempo que podrían haberse convertido en zelotes violentos, o en esenios que huían del mundo… Pero Jesús de Nazaret se cruzó en su vida; se dejaron iluminar por su presencia y comenzaron el movimiento que más profundamente ha influido en la historia de la humanidad y que ha dado consuelo, esperanza y fortaleza a miles de millones de personas a lo largo de la historia.
María de Nazaret sí era ya una jovencita especial; pero nunca pudo nadie imaginar que, siendo mujer, llegaría a ser la persona más bendecida y querida por generaciones y generaciones. Su destino se decide cuando acepta la llamada y la misión que Dios le encomienda, y decide ser fiel a ella.
El Señor también te llama a ti; para darte vida y hacerte cauce de su vida. No temas ni te acobardes. El Señor está pendiente de tu vida.