Mateo 22, 34-40 ESCRIBO ESTE pequeño comentario al texto del evangelio del domingo dolido, todavía, por una noticia que saltó a los medios de comunicación hace unos días. Veintinueve personas han sido detenidas por tener a personas migrantes trabajando en el campo en régimen de semi-esclavitud, aprovechándose de la situación de precariedad y de carencia de estos migrantes de Nicaragua, Guatemala, Marruecos y otros países hispano-americanos.
Los hacinaban en los coches para el transporte sin medidas de seguridad, algunos viajaban en el maletero; a pesar de las elevadas temperaturas de los meses de julio y agosto, trabajaban en muchas ocasiones desde el mediodía hasta la puesta del sol, sin acceso ni siquiera a agua, por lo que algunos de ellos acababan sufriendo desvanecimientos, insolaciones o situaciones de deshidratación.
Después del primer sentimiento de indignación, pensé que alguno de estos propietarios y manijeros podían tener bautizados a sus hijos, ser devotos de una cofradía, decir que eran cristianos; esto me indignaba doblemente… Pero, ciertamente, la ausencia de Dios es tan grande en nuestra sociedad, el ídolo dinero tiene tantos adoradores, que es la falta de fe en un Dios ante quien nada queda oculto, lo que hace que muchos actúen contra su conciencia y contra la más elemental humanidad. La negación de Dios allana la explotación del pobre.
Si explotas a los débiles, ellos gritarán a mí y yo los escucharé, dice el Señor en la primera lectura de la misa. Y el evangelio nos recuerda que el mandamiento principal de la Ley de Dios es amarlo a Él sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo. Quien se lucra explotando a los más débiles, quien los sacrifica ante el ídolo Dinero, no puede mirar a Jesucristo a los ojos, no podrá decir nunca en verdad que cree en Dios Padre.