(Mateo 19, 1-9) ME DICES, Rudy, que no te gusta rezar, y me extraña porque la oración es el momento de nuestra vida en el que más libertad y amor vivimos. Quizás es que no le encuentres sentido a repetir una oración muchas veces o a leer páginas con palabras antiguas que no entiendes. Pero rezar es otra cosa.
Rezar es entrar en el fondo de uno mismo, donde nadie de este mundo puede entrar, y allí descubrir que Dios Padre te estaba esperando para darte un abrazo que te reconcilia y te cura de todas tus heridas ¿Cómo no te va a gustar?
Rezar es pasar la vida ante la mirada misericordiosa de Dios, que nos llena de paz y de luz. Comienza por ahí. Cuéntale al Señor todo lo que te pasa. No tengas miedo de reconocer ante Él lo que no reconoces ante nadie. El Señor te ama incondicionalmente. A Él puedes confiar tu egoísmo y cobardía, las veces que has usado a las personas a tu antojo y las veces que has hecho daño. Mientras más sinceros somos en esa oración tanto más va sanando nuestra alma, como si se purgara.
Esa oración te dará una intimidad con el Maestro que vale más que el oro puro. Tu espíritu parecerá que se ensancha, que se llena de luz. El cristiano verdadero irradia alegría y luz en toda su vida. A Jesús, un día que rezaba con sus discípulos, el rostro se le iluminó y sus vestidos blancos como la nieve; así al acercarnos a Él encontramos la luz.