El 11 de agosto, se cumplió el 83 aniversario del asesinato de Blas Infante, político, escritor, pensador, intelectual andaluz. Una atrocidad que tuvo tres condenas a muerte. Sí, he dicho tres las veces que lo asesinaron.
La primera: El 11 de agosto de 1936, sin juicio ni defensa, con nocturnidad y alevosía, en el Km. 4 de la carretera Sevilla-Carmona, por un grupo criminal de Falangistas integrantes de los sublevados contra la República.
La segunda: En 1940, cuatro años después de su muerte física. En un Consejo de Guerra, el Tribunal de Responsabilidades Políticas le condenó por actividades revolucionarias y por intentar crear un partido autonomista andaluz.
Por dos principales motivos, dar legalidad a su infame asesinato cuatro años antes y expropiar a la familia de todos sus bienes y posesiones. Sí, así se la gastaban estos sanguinarios golpistas.
La tercera: Condenando su obra y a su figura al olvido. No solo fue durante los cuarenta años de dictadura Franquista, los herederos de los rescoldos de aquella dictadura que instauraron el régimen seu-democrático del 78 también lo cubrieron del olvido. Especialmente los Gobernantes de la Junta de Andalucía, aunque adoptaron el himno que él escribió y la bandera que enarboló como estandarte oficial de nuestra Comunidad Autónoma, lo han tenido otros cuarenta años como hacen los malos profesores con los supuestos alumnos inadaptados mirando para la pared.
Todo ello, mientras han permitiendo que el responsable máximo de su muerte y de más de 3 mil personas en la capital de Sevilla como autoridad máxima militar en la ciudad, Gonzalo Queipo de Llano siga enterrado en la acera de enfrente apenas a doscientos metros del Parlamento Andaluz en la Basílica de la Macarena. Alguien puede imaginar que Hermann Goring pudiera estar enterrado en la Basílica de la ciudad de Rosenheim o en la de Berlín. No verdad, pues en Sevilla sí lo tenemos.
Pero a pesar de todo ello Infante, no es una torre vieja en desuso que solo sirve para colgar el 28 de febrero como día de Andalucía; su obra y su figura se superpone por encima de todos estos politiquillos de medio pelo que siempre lo han ninguneado. Hoy día, si preguntásemos en la calle a cualquier persona joven en cualquier ciudad de Andalucía: ¿quien fue Indalecio Prieto o Manuel Azaña? posiblemente no sepan contestar. Pero si incluso cambiamos el verbo de lugar y preguntamos: ¿Quién es Blas Infante? la respuesta saltaría como un resorte automático, como si lo llevara en el ADN de su espíritu andaluz: “El padre de la patria andaluza” ahí e na…