(Lucas 3,10-18)
–VEN MARCOS. Siéntate un momento que quiero hablar contigo.
¿He hecho algo malo Maestro? Si es por la pelea con el hijo de Matías, la culpa la tuvo él; siempre está molestándome con tonterías de niño
No te preocupes, yo ya sé que tú tienes 13 años y que vas haciéndote mayor. Por eso quiero preguntarte algunas cosas y saber qué piensas. Hace unos meses te conocí en el Jordán, con tu tío y otros de Cafarnaúm, estabais allí escuchando al profeta Juan. ¿Qué te pareció entonces Juan el Bautista?
Cuando lo escuchaba me dejaba encandilado, aunque con un poco de miedo; sobre todo cuando decía cosas que yo no comprendía sobre el fuego que vendrá y acabará con todo. Su valentía para denunciar las injusticias de los romanos y los ricachones de los saduceos me ponía los pelos de punta. Pero no me asustaba; más bien me emocionaba. Miraba el rostro de mi padre y de los otros, asintiendo con la cabeza, casi sin pestañear, escuchando aquella voz de trueno… me emocionaba.
Y de mí, ¿qué piensas?
Tú eres distinto, Jesús. A ti te gusta jugar con los niños y tratas a todos con respeto y suavidad. Cuando hay que decir verdades, las dices; pero siempre mirando a los ojos y sin gritar. Me encanta cómo explicas las Escrituras, y cuando curas a un enfermo me dan ganas de bailar y cantar. Cuando me abrazas me siento como con mi padre y tus parábolas me dejan siempre cavilando, y… Cuando sea grande yo quiero ser como tú.