Las dos vidas

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(Marcos 14, 12-26)  TODA NUESTRA VIDA cristiana es un ir y venir de la misión al discipulado, de la cercanía con Cristo a la cercanía con nuestros hermanos. Es como si nuestra vida tuviera dos dimensiones inseparables: acoger en nuestra intimidad el inmenso amor que Dios nos tiene; y mostrar a nuestros hermanos-torpemente- el perdón, la solidaridad, el consuelo y la justicia que todos necesitamos. Del sagrario a la calle, de la tarea al sagrario: de la vida de sencillos discípulos, a la presencia que Cristo nos regala.
Escribe San Agustín: “La Iglesia sabe de dos vidas; de ellas, una se desenvuelve en la fe, la otra en la visión; una en medio de la fatiga, la otra en el descanso; una en el esfuerzo de la actividad, la otra en el premio de la contemplación. La primera vida es significada por el apóstol Pedro, la segunda por el apóstol Juan. La primera se desarrolla toda ella aquí; la segunda se inicia oscuramente en este mundo, pero su perfección se aplaza hasta el fin de él, y en el mundo futuro no tendrá fin”.

Ahora vivimos la vida de San Pedro, por así decir. Una vida de trabajo y de fe, de esfuerzos y consuelos, de buenos proyectos y de fracasos; una vida de pecado, por nuestra parte, y de perdón de parte de Dios. Pero todos los días buscamos un rato para acoger la Vida Plena que nos espera en lo que es el corazón de la Iglesia, en la contemplación de Quien nos ama. Allí encontramos fuerza para nuestra debilidad, perdón para nuestro pecado, amor para nuestros desánimos, llamada para vivir la misión. Allí acogemos la Vida como San Juan, el discípulo amado, la acogida de Jesucristo.

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