( Juan 15, 9-17) SIEMPRE NOS precede; el amor siempre toma la iniciativa en nuestra vida. Cada pareja de enamorados primerizos sigue pensando que ellos, y sólo ellos, han inventado el amor. El amor nos hace sentirnos primeros y únicos, preferidos, elegidos, escogidos; y así es, porque en el horizonte del amor cada hijo es único e importante, cada hijo es predilecto.
«No me elegisteis vosotros, fui yo quien os elegí», dice el Señor a sus discípulos y nos llena de estupor. Con miras humanas, uno piensa que puede escoger a Jesús como su maestro; pero con un mínimo de sensatez, ¿cómo vas a pensar que Él puede elegirte por algo que hayas hecho o dicho?, ¿cómo vas a pensar que tus cualidades te hacen ser alguien especial? Desde miras humanas, todos somos «medianitos»; y el que destaca en un ámbito puede tener grandes lagunas en otros aspectos de su vida. Desde miras humanas todos somos «corrientes» y nuestra vida de color gris. Pero desde la mirada de Dios somos sus hijos queridos; desde la mirada de Dios somos inmensamente valiosos.
No acoger este don tan inmenso nos hace vivir ansiosos y egoístas; necesitados de cosas y experiencias, de afectos mucho menos plenificantes que el amor de Dios. Pero, por el contrario, al acoger nuestra vida desde la bondad desbordante de un Dios Padre que se nos entrega a sí mismo por nuestra salvación, todo lo que vivimos adquiere una profundidad y una armonía distintas. Desde Su amor, nuestro amor se hace sagrado; nuestra amistad se hace verdadera; nuestros odios y rencores se disuelven en la comprensión y en la esperanza de que quien nos dañó se convierta, también él, al amor.