(Marcos 1, 1-8) En el tiempo de la dinastía de los Han occidentales hubo un hombre que se dedicaba a recoger leña de la montaña y venderla en la ciudad; su nombre era Zhu Maichen. A pesar de su pobre y humilde oficio era una persona culta que gustaba de leer libros clásicos. Cada vez que iba a la ciudad cambiaba el libro que había leído por uno nuevo que leía, estudiaba y reflexionaba. Su mujer, llamada Cui, no dejaba de recriminarle su ridícula afición y de exigirle que en vez de leer tanto buscara más dinero para la casa. La vida de Zhu en su casa era terriblemente amarga, siempre escuchando que era un estúpido fracasado…
Zhu Maichen no dejó de leer, es más insatisfecho con lo que leía, se puso a escribir un libro que quien lo leía quedaba asombrado por su sabiduría y perfección. Pronto llegó el libro a los oídos de un amigo influyente, que consiguió para Zhu Maichen un puesto importante en el funcionariado de la región. Se trasladó a vivir a la ciudad. Cuando su mujer se enteró de los progresos de su marido fue a que la recibiera como esposa en su nueva casa. Zhu Maichen le dijo: “Acepto que volvamos a ser marido y mujer, sólo con una condición, que recojas el agua de este balde”. Y cogiendo un balde de agua la derramó por el suelo de terrizo. La mujer no pudo recoger el agua que, rápidamente, se bebió la tierra.
Preparar el camino al Señor consiste en no derramar ni desperdiciar el tiempo, las capacidades, el amor que Dios ha puesto y pone en tu vida. El Padre no se cansa de perdonar, pero el agua que derramas muchas veces se pierde para siempre. Pon todo tu empeño y tus capacidades en impulsar un futuro nuevo.