(San Juan 3,16-18) “Claro que soy creyente, Padre, si no fuera así no habría venido a pedir el bautizo de mi hijo. Pero ando con la fe tan baja que ya no sé en qué creo.
Mi novia podría haber abortado a este niño. Usted sabe cómo van estas cosas, pero es que queríamos tenerlo, y nuestra conciencia nos pedía que afrontáramos todas las dificultades para salvarlo. Ni ella ni yo somos ya adolescentes, aunque por la vida que llevamos así lo parezca. Yo tengo 30 años y ella 28. Sin un sueldo medio estable desde que acabamos de estudiar, ¿cómo meternos en una casa?, ¿cómo plantearnos un futuro juntos? A lo mejor el niño nos ayuda a romper este círculo de dependencia en el que no se ve ninguna esperanza.
Usted me habla de que Dios ha entregado a su Hijo al mundo para que el mundo se salve por Él. Y a mí la salvación que me hace falta es un trabajo. Porque todas las mañanas tengo que pedirle dinero a mi madre para coger el autobús e ir a ver a mi hijo, y paso las horas con él en el parque, sin más expectativa que ver pasar el día para que venga otro igual. Porque vivo la impotencia de no poder formar mi propio hogar. Sin trabajo no hay futuro.
Y lo peor es que como yo hay cientos, miles. Si fuera yo sólo tendría la esperanza de que más pronto que tarde encontraría algo, pero para cualquier puesto de trabajo hay cientos y cientos de solicitudes. Y lo peor es que no se ve que en nuestra tierra se haga nada por cambiar las cosas.
¿De qué salvación me habla si lo que necesito es trabajar? Pero, dígame algo, Padre, que me transmita un poco de fe. Lo necesito. Dígame algo.