Escuchad los que mandáis

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(Mateo 21,33-43) ¡Ay de vosotros los que mandáis si, por corrupción o latrocinio, despojáis a los pobres de la vida, que por ser hijos de Dios les pertenece! ¡Ay de vosotros los que mandáis si, por intereses egoístas o corporativos, llamáis a lo blanco, negro; a la injusticia, necesidad; a la mentira, verdad y progreso!

¡Ay de nosotros los que mandamos si, en vez de ofrecer la fe que nos entregaron, transmitimos una religión de lujos y ceremonias, de rutinas y honores, de ofrendas y sacrificios! ¡Ay de los que manden si, por acción u omisión, si por delito o por silencio cómplice y condescendiente, se pierde la vida de los que Dios ha adoptado como hijos suyos¡

Jesús, en el evangelio de este domingo, hablando cara a cara a los que mandan, les advierte de la responsabilidad que han asumido.

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Quizás alguien de los que mandan piense que unos jóvenes en paro, los ancianos de una residencia, unos discapacitados y sus familias, un matrimonio joven hipotecado, unas familias de inmigrantes, los niños que no han nacido, o unos vecinos sin poder ninguno, pueden ser “piedra de desecho”, cuyos intereses no cuentan, ni contarán. Pero “la piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho”, y su palabra no pasa.

Cuando la corrupción se generaliza en una sociedad ya no produce en el que la vive ni siquiera remordimiento de conciencia (¿verdad que suena antigua esta expresión?). Aunque así sea, siempre empequeñece, arruga, coarta, achata, nuestro corazón y nuestro espíritu; y, sobre todo, daña a los más vulnerables.

También es cierto que el corrupto siempre necesita cómplices entre los más débiles.

 

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