Silencios marineros dialogan con el mar. A la noche la Luna cautivada susurra soliloquios de espumas.
– Óyeme tú silencio
que vives en el mar
y guardas misterioso
el secreto escondido
de las olas que nacen
allá donde se pierden,
se derraman las aguas,
la luz se duerme.
– ¡Silencio mío…!
Acércame a la playa,
silénciame los labios.
Cogidos de la mano,
caminemos despacio
por las pausas sonoras
de la orilla.
Tú y yo, silencio caro,
huellas en el andar
con nuestros pies desnudos,
dejaremos marcadas
haciendo un caminito
húmedo sinuoso,
cuando la bajamar.
Silencio que arropa soledades en desiertos de arenas, montes altos. Silencio en el espacio, ingente multitud de musicales luminarias. Silencio lejano de asnos que rebuznan, ladran los canes, ululan lobos. Silencio de los árboles, de aves que averizan. Croar de ranas en noches de verano. Y en la mañana, por entre vidrieras de álamos y plátanos, el Sol se asoma rectilíneo. Horas de bicicletas, juntos, sin hablar.
Los frailes jerónimos, sentados en el huerto, en su día de asueto, no saben qué decir, tan hechos al silencio, rezar y trabajar. Riquísimo silencio que llega desde Asís, que se celebran nupcias entre Francesco y la pobreza, que adornarán su vida de empíricos festejos y grandezas.
Gorriones de invierno vuelan a mi ventana. Se posan de san Telmo en los alféizares y dibujan sones, cuando vuelan, con música de Schubert y pavanas.
Fray Luis a orillas del río Tormes, collados de la Flecha, arrullos del agua del molino, diálogos de peces. Anfibios que pasean la ribera. Los almendros del Jertes, las mieses de Marchena. Silencio en Haro y Villafría. Los cardos de Cardeña. Silencioso Silos, volátil monasterio, por ciprés a la tierra de Castilla bien atado. Cartuja de Cazalla, San Millán y las Huelgas.
Silencio absoluto en la Escala de Jesús en Roma: cercanía imposible del Maestro con el romano Imperio.
Silencio en San Patricio, hundida entre gigantes de cemento y cristal, famosa catedral, señera, mentís neogótico al caos liberal y la riqueza huera. Refugio de los pobres en el estío y agobio neoyorquino. Perfecta, singular.
– ¿Qué buscas alma mía,
que hurgas la miseria
de gentes abatidas,
que sin ningún ropaje
y sus rostros fundidos,
nos muestran en silencio,
fracasado alboroto
de sus cuerpos torcidos
y personal paisaje
triste y roto?
Silencio de trigos y cizañas, sin paz ni gobernanza ni buen ayuntamiento. Mortífero silencio del amor apagado. Cenizas y rescoldos, rutinas de perdones, gratuidades perdidas en hondas y voraces tristes desolaciones que en las moradas yacen destruidas.
¡Espantoso silencio de los engaños muertos! Disimulos, mentiras, pequeñas, grandes. Infiernos sin luz, falacias jugadas con ventaja y prójimos vejados, perplejos, aturdidos, rechazados.
Silencio en hospitales de enfermos moribundos. Beatas de azul con delantales blancos. Doctores cerciorando promociones de muertes inmediatas.
¡Silencio! Que ha muerto Federico asesinado, Antonio en el exilio, Miguel encarcelado. La muerte los requiere, enorme destrucción, justicia rota y malherida. Silencio de los perros que miran a sus amos. Silencio de los pobres, arropados, tirados a la acera y la noche fría de lunas y de estrellas.
– Te adentras en suburbios
de hórrida indigencia,
paseas por las calles
en el marasmo negro
de la miseria abrupta
que devora la vida.
Huiste silencio
del sistema innoble.
Huiste de frívolos ladrones,
que se adueñan
del pan y del vestido
propiedad de los niños
sin furturo…de pie,
a las puertas de sus casas
destruidas.
Te marchaste
silencio querido
buscando acariciar
las almas desgraciadas,
oprimidas.
Silencio de los ojos de los amores míos. Silencio de la música, criatura que reza. Su espíritu descansa deleitado. Silencio de los besos de los enamorados, ternura de la Tierra y enorme bendición de carne regalada. Denso y sabroso silencio del perdón y el arrepentimiento, resurrección dolida, con fiestas de células que bailan, coro de corazones, se divierte la mente, el alma abierta.
Tú, silencio amable,
en comisuras
de sonrisas anchas,
donde el reposo es gratis
y a Dios se alcanza.