Me cuentan que El Señor ya está de vuelta.
Me han dicho que, devuelto a su morada,
la causa de su ausencia está resuelta.
Me han dicho que Sevilla, en su mirada
era toda un aliento contenido
sintiéndose, sin Él, en la estacada.
Y hay quién ve regresado al que se ha ido;
que descubre en su altar a quién marchó;
que al fin volvió a su sitio, en un suspiro,
la gloria al camarín que estremeció
los cimientos de nuestras devociones,
haciéndonos lamentos del horror.
Dijeron que sufrió reparaciones,
e igual que a un mal herido, intervinieron
reparando sus articulaciones.
Dijeron que Su brazo compusieron.
Contaron que Su Cruz quedaba sola
mientras fueron sanando cuanto hirieron.
Curiosa ésta Sevilla: banderola,
insigne ejemplo vivo de estridencia,
amante de leyenda y de moviola.
Se fue la astilla, sí, mas no la esencia.
La talla —es evidente— fue a perder.
No hay duda del serrín y su dolencia.
El fruto de la gubia, al parecer,
salió de San Lorenzo herido en vano.
Quién nunca se marchó, fue El Gran Poder…
Que Su Cruz siguió firme entre sus manos
—en la luz— por la cruz de nuestras vidas
cual pasados y futuros sevillanos.
Que Él jamás soltará por Sus heridas
al pobre desahuciado de hospital,
al triste drogadicto en sus mordidas,
al quebranto entre llanto y funeral,
al lejano soldado en el combate,
o al preso hecho lamento en un penal.
No te engañes, no avives el dislate
de decir que El Señor, a tu manera,
se fue buscando cura en su rescate.
Que El Gran Poder está siempre a tu espera:
que unas cosas son fe, Amor, camino,
saberse parte en Cristo, luz, destino,
y otras cosas son las manos de madera…