(Juan 21, 1-19) NO LE SOLEMOS DAR al diálogo muchas oportunidades. A veces parece que tenemos un cuchillo en la cabeza y un libro en el corazón, y así nuestras conversaciones son, algunas veces, monólogos alternativos que se van llenando de encono y de tópicos sobrecargados de razones.
¿Tendría razones el Crucificado para echarles en cara a los suyos su falta de coherencia, su traición a un proyecto común, su cobardía en el momento crucial? Y, sin embargo, en las experiencias de resurrección los discípulos siempre son interpelados a expresar lo que sienten, lo que les preocupa, lo que les ocurre. “¿Qué conversación lleváis por el camino?”, le pregunta a los de Emaús; “muchachos, ¿tenéis pescado?”, les dice a los siete que pescan en el lago de Tiberíades; “Pedro, ¿me amas”, le pregunta tres veces para que pudiera olvidar con su entrega de ahora las negaciones de aquella noche maldita.
También nosotros tenemos que darle al diálogo una oportunidad. Hay quien espera que le preguntes, que le digas, que te hagas accesible para comenzar a hablar. Quizás seas tú el que lo necesita. Quizás sea Dios con quien necesitas dialogar un rato; quizás sea un hermano, un amigo o alguien que tiene que dejar de ser tu enemigo.
Nada pierdes, a lo menos ganas tranquilidad de conciencia. Aparta el cuchillo de tu cabeza y el libro de tu corazón; pacifícate para poder escuchar y hablar con serenidad; ten en cuenta que el otro no ha hecho todavía el recorrido que tú ya has andado y que anda entre libros y cuchillos, dale tiempo con paciencia, dale pistas con suavidad… mira que no sois tan distintos, piensa en cómo se habrá sentido durante todo este tiempo… y cuando creas conveniente y lo encuentres solitario dile: “¿Porqué no le damos al diálogo una oportunidad?”.