(Marcos 6,1-6) El evangelio, como la vida o la persona, se rige por una lógica distinta a la de los negocios, a la de nuestros proyectos humanos. Estudiamos para a los 6 ó 7 años tener un trabajo y un salario que nos satisfaga. Compramos un coche, y lo vamos pagando poco a poco durante 6 ó 8 años, para que nos sirva al menos por el tiempo que lo estamos liquidando. Hacemos una inversión y queremos que en un plazo razonable de tiempo nos dé rendimiento. Es normal, hay dimensiones en la vida que se mueven en esa lógica.
Pero otras cosas no tienen esa lógica: una pareja tiene un hijo e invierte a fondo perdido en él sin esperar, al principio más que esté sano, después que sonría, y por último que sea feliz en su vida. La lógica de la vida no es mercantilista, no da tasado para recibir incrementado en un plazo concreto de tiempo. La lógica de la vida es dar a fondo perdido, como nos dieron a nosotros en su momento, como nos lo entregaron todo sin esperar nada. La lógica del evangelio es así.
Quien busca que los valores del evangelio echen raíces en la vida, quien busca que la fe personal en Jesucristo sea fundamento de la vida de las personas, no proyecta, se entrega. Ya sé que siempre es necesario ver alguna luz para que nuestra pobre esperanza se anime. Pero no te confundas, la lógica del evangelio no lleva cuentas de lo invertido, ni del tiempo, de las energías, ni del dinero. La lógica del evangelio es la de la semilla, que se mete en la tierra para, cuando llegue el momento oportuno, dar fruto; el treinta, el sesenta o el ciento por uno. Lo importante es que nuestra semilla sea,verdaderamente, semilla de evangelio.