Susurra el viento –nace en cada esquina–
va lamiendo el blanqueo en las paredes,
va llenando en silbidos los dinteles
y hace aldaba a la lánguida cortina.
La brisa pinta un surco en la piscina;
se afinan los sentidos y, en sus redes,
surgen ondas con aires por pinceles
y el perfume besado por la encina.
Nada sobra: quietud y movimiento
alternan su virtud en un momento
que se rinde a contrastes intuidos.
El patio se hace así, lugar sagrado;
broquel de pozo absorto y silenciado;
vergel de aromas, brisas y silbidos.
A todos los amantes del patio andaluz,
que entre calores y siestas comienzan
su “temporada alta”…