Se despedía el sol de las cornisas,
las líneas de las calles, las fachadas
y las llamas de sombras alargadas
que alumbraban farolas indecisas.
De pronto, cuando el cuadro adormecía,
al punto en que la escena aletargaba,
el temblor del tambor tambaleaba
al paso del reloj, que revivía.
Lo vi enfilar la calle —dignamente—:
aún menudo y sencillo, el tosco paso,
rezumaba mes de mayo a vuelo raso
repartiendo ilusión entre la gente.
Sencilla Cruz; sutil respiradero;
el fiel radio-casette, por armonía,
y un tenue rachear en sintonía
al andar de pequeños costaleros.
Surgió como surge la belleza:
con un trazo impregnado en sencillez,
el retrato plantado en la niñez
pintado en costalitos de grandeza.
Me perdí en el paso decidido
que volvió mi interior a sus espejos:
me llevó a ver mi infancia en sus reflejos;
logró un amanecer anochecido.
Y todo en un instante, en pleno centro.
Con una cruz de mayo —hecha mañana— ,
perfumando antesalas marianas,
Dos Hermanas me ha hablado desde dentro…