(Juan 10, 11-18) Mientras la especulación inmobiliaria y sus hipotecas –que es el nombre dulcificado de una moderna esclavitud a cuarenta años– no afectaba a los ricos, pocos políticos levantaron su voz contra unos procesos económicos inhumanos e inmorales. Al contrario, eran los mejores amigos de banqueros y grandes constructores. Tampoco desde la sociedad civil hemos tenido capacidad suficiente para denunciar las situaciones que se iban generando: el opio del consumismo, que es ahora el opio del pueblo, nos ha tenido adormecidos y sin capacidad de reacción.
En el evangelio de este domingo Jesucristo nos interpela: “obras son amores, y no buenas razones”. A decir verdad lo expresa de otra manera: “Mi Padre recibe gloria cuando producís fruto en abundancia, y os manifestáis así como discípulos míos”. ¿Son sinceros tantos bautizos y primeras comuniones, si el pueblo de Dios, las familias cristianas, no van creando sociedad desde los valores evangélicos de la solidaridad y la justicia, para esos mismos niños y niñas?
Es cierto, quien tiene más poder tiene más responsabilidad. Pero vivimos en una sociedad sin talante evangélico, donde cada uno mira exclusivamente por lo suyo, donde muy pocos asumen iniciativas de bien común. Hemos dejado la educación de nuestros hijos en manos de unos políticos que usan el relativismo moral para desactivar la conciencia ciudadana. Nos hemos entregado a los ídolos del consumo y al del beneficio sin escrúpulos. Nadie se plantea iniciativas de economía social donde la vida de las familias prime sobre el beneficio y el capital.
Es hora de conocer y practicar las enseñanzas sociales de la Iglesia que nos invitan a ser partícipes creativos y responsables de una sociedad más justa y humana.