Cagado en la mitad del acerado,
pestilente, blandito y humeante,
el gran mojón de perro está expectante
por verse en su adoquín pisoteado.
Aún tiene el moco fresco y, justo al lado,
un resto bicolor y repugnante,
espera al pobre incauto paseante
que habrá de señalar a su calzado.
El tema es tan frecuente y asqueroso
que apenas reparamos en la esencia
de un problema con fácil solución:
no debiera tener perro aquel pringoso,
tarado, irracional y sin conciencia,
que aclara en un mojón su educación…
Para todos aquellos incivilizados que no saben
vivir en comunidad con su perrito.