(Juan 1, 35-42) ¡Cuánta violencia y falta de libertad ha creado el culto a la personalidad! Todos los dictadores del mundo han necesitado que se les considerara imprescindibles, infalibles, rodeados de un aura de todas las virtudes y bondades humanas.
Las personas sencillas siempre ven a los que son importantes como desde abajo. Pero ese nefasto culto a la personalidad se cultiva, se potencia. Se potencia castigando a los críticos, ofreciendo favores a los aduladores, eliminando a quienes pueden representar competencia. Se cultiva desde la injusticia y la violencia contra todos los que se muestren críticos e independientes. El culto a la personalidad pretende anular la referencia a la realidad: la verdad no es lo que tú ves, sino lo que el líder te dice que es. Miles de justificaciones se inventan para hacer de la verdad, mentira; de la calumnia, justa acusación. Quien se opone al líder siempre esconde oscuros motivos, siempre es nombrado con un insulto: reaccionario, fascista o masón.
Los cristianos creemos en una persona, Jesucristo. Y esa fe en Jesús de Nazaret nos libra de cualquier culto a la personalidad. La fe relativiza cualquier otra realidad que se nos quiera proponer como un ídolo a adorar. Con su amistad, Jesús nos hace libres, y nos capacita para ser críticos y auto-críticos; para luchar contra todo mal, con los ojos y los oídos bien atentos a la realidad que nos rodea.
Los cristianos tenemos fe en una persona, no damos culto a ninguna personalidad.