(Juan 14, 15-21) “Largo tiempo perdura la fragancia del perfume en un frasco nuevo”, decía Horacio, insigne poeta latino. Es una bella metáfora.
Normalmente los frascos para los perfumes eran de barro cocido y, por tanto, porosos. Cuando un frasco nuevo se llenaba de un perfume el barro se impregnaba de la fragancia y perduraba aunque cuando se acababa el primero otros perfumes vinieran a ocupar su lugar.
La labor que los catequistas hacéis con los niños tiene esta eficacia. Os puede parecer que vuestros esfuerzos están destinados a diluirse en cuanto los niños dejan de participar en la parroquia, y no es así. El testimonio y la palabra de un buen catequista de primera comunión perdura durante mucho tiempo, aunque ni él mismo lo sepa, en la vida de los niños. A pesar de que la sociedad les invite a un consumismo superficial y alienante, a pesar de que, algunas veces, su propia familia minusvalore vuestra enseñanza, lo que con vuestro ejemplo y con vuestra catequesis sembráis en los niños quedará para siempre.
Por eso es tan importante que vuestra semilla sea de evangelio. Que les habléis del Dios Amor, más que de leyes; que les mostréis la alegría de la fe, del sabernos hijos de Dios y del perdón, más que del mal que, ciertamente, hay en el mundo. Por eso es tan importante que les enseñéis a contemplar a Jesucristo como el amigo que nunca falla y que es capaz de entregarse por nosotros. Por eso es tan importante que les habléis de cómo el Espíritu nunca nos dejará solos y de cómo nos acompaña y nos guía en nuestra vida. La verdad de Dios siempre les servirá en su vida, aunque no recuerden ni quién se la enseñó ni cuándo ni dónde, por vez primera, la escucharon.