Una vida con sentido

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(Lc 1, 39-45) Dialogaba un día con Diego Cañamero, un líder del Sindicato de Obreros del Campo, y me decía una cosa curiosa: “Vosotros los cristianos tenéis ideas muy buenas; pero ¿porqué habláis tanto de Jesucristo? Además de Jesucristo hay otras personas que han aportado muchas cosas a la historia de la humanidad. Estáis demasiado ‘amarrados’ a la historia de Jesús”.

 

Si os digo la verdad no recuerdo qué le respondí. Hoy le daría la razón a medias. Los cristianos estamos demasiado poco “amarrados” a la persona de Jesucristo. Ojalá estuviéramos más vinculados personalmente con Él. Porque lo que determina el cambio personal verdadero no son las ideas, sino las personas que las encarnan, las viven y nos las transmiten. Lo que de verdad ilumina nuestra vida no son las ideas sino las personas. Ya sé que puede sonar extraño; las personas pasan y las ideas permanecen. Las ideas son universales y las personas relativas…
Puede parecer así, pero no lo es. Las ideas son tan fácilmente manipulables que se puede hacer daño, o matar, o iniciar una guerra en el nombre del Bien, o de la Justicia, o de Dios mismo. Las ideas tienen que ser interpretadas; mientras que las personas, su vida y su historia, nos interpelan, provocan, desde el cariño, desde la admiración, desde el “roce” cotidiano, que nuestra vida cambie. Lo que nos cambia son las personas.
Jesucristo en el evangelio de este domingo nos muestra que su vida tiene poder de dar Vida; que el sentido que él vivió en su historia tiene fuerza para reanimarnos, levantarnos y hacernos caminar. Por eso cuando nos acercamos, carnal, concreta, humanamente a la vida de Jesús, desde nuestra vida, cambiamos, vivimos. ¿Verdad?

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