Gloria o muerte

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(Juan 12, 23-28) Dónde van los sudores
de mi padre y de mi abuelo (…)
¿Quedará impune la historia?
¿No veremos más el cielo?
No me resigno, no quiero,
Pensar que no existe la gloria.

Son frases de una canción de ‘180 grados’, un grupo de música actual, y manifiestan una inquietud de todos a lo largo de toda la historia de la humanidad. La muerte enfrenta con un absurdo, con un abismo, a nuestra intimidad personal, a nuestro afán por ser libres, a nuestra capacidad de amar.
 

Jesús de Nazaret reconoció que la gloria no era sólo un final del camino. El vio claramente que, cada día, Dios puede glorificarnos, puede hacernos vivir en plenitud de humanidad.
Para explicar esa glorificación cotidiana, a la vez que definitiva, utiliza una metáfora: como el grano de trigo si no cae en tierra queda infecundo, pero si cae en tierra da mucho fruto, así también nosotros. Sólo si caemos en tierra –sufrimiento, esfuerzo, oscuridad, sombra— sabremos dar la auténtica medida de nuestro ser y ser fecundos para los demás.

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Para Jesucristo fue especialmente duro al final de su vida este “caer en tierra”: torturas, abandono, crucifixión. Pero ha sido, y es, sorprendentemente fecunda su entrega. Nuestra entrega diaria será a veces dura, siempre será fecunda. Nada nuestro, nada tuyo, queda al margen de su mirada.

Hay que ser grano de trigo, si no de poco sirve caer en tierra. Hay que caer en tierra, si no de poco sirve ser grano de trigo.

 

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