(Mateo 18,21-35) Si tuviésemos que contabilizar las horas que muchas personas han empleado en socorrernos, ayudarnos y servirnos podríamos sentirnos abrumados. Suma las horas que tu madre empleó en amamantarte, en cambiarte y en velar de ti cuando eras bebé. Suma el dinero que se llevaron los pañales, el carrito y toda la ropa y la comida que necesitaste para ir creciendo sano y robusto. Suma las horas de cocina, de plancha, de costura, de enfermería.
Suma el dinero que se empleó en tu educación: en hacer colegios, en pagar materiales y en pagar maestros. Suma la dedicación cariñosa de muchos de ellos, que ni se paga ni, muchas veces, se agradece. Suma lo que te ofreció tu grupo de amigos y piensa qué habría sido de ti sin ellos. Suma …
Todos tenemos tanto que agradecer a los demás, a la vida, a Dios que, como un padre o una madre buena, todo lo suscita y fundamenta…
Si tanto te han regalado ¿cómo le guardas rencor a esa persona que te ha hecho tales o cuales cosas? ¡Libérate de ese rencor, de esa mezquindad, que es como una cárcel en la que tú sólo te metes!
Ahora, eso sí, no te olvides que el capitalismo que trata a las personas como números, que no es de Dios ni tiene el dinamismo de la propia naturaleza, ni perdona las deudas, ni olvida las hipotecas. Tú no seas como eso; tú eres, de Dios, hijo.